Saturday, January 24, 2015

Ricitos de Oro y los tres humanos Por: Camila Torres y María Belén Pazmiño


Ricitos de Oro y los tres humanos
Érase una vez en un país muy lejano, una familia que vivía en un hermoso bosque. Este estaba lleno de árboles frondosos y de muchos animales, principalmente osos de pelaje rubio. En una cueva aislada Ricitos de Oro, el oso más pequeño de la manada, observaba con curiosidad una especie de cueva, mas ésta era más grande y tenía largos cuadrados transparentes por donde se podía ver a la especie que habitaba allí dentro.
Ricitos de Oro pasaba horas observando aquella estructura y a veces se acercaba un poco, a pesar de que sus padres le habían advertido de mantenerse alejada. Le habían repetido varias veces que aquella extraña cueva tenía un hechizo ya que todos los osos que habían ido, jamás regresaron. Pero esa advertencia no bastó para Ricitos de Oro, su curiosidad la consumió, por lo que un día decidió entrar a la cueva que tanto había observado.
Cuando la pequeña Ricitos de Oro entró a la casa, quedó maravillada. No podía suponer cuantos aparatos que ella no había visto antes,  se encontraban allí. Le pareció estar atrapada en una trampa por la cantidad de cables y botones que suponían todos los aparatos de la casa y lo más extraño de esto, era que había tres cosas de todo lo que encontraba a su paso. Tres celulares, tres televisiones, tres dormitorios fueron lo que Ricitos de Oro visualizó a medida que exploraba la extraña cueva, sin embargo la pequeña osita no sabía el uso, ni la finalidad de estos aparatos. A primera vista parecía que la especie que vivía allí disfrutaba de pasar viendo las luces que provenían de los aparatos. Ricitos de Oro perdió el interés y se dirigió mediante su olfato hacia la cocina. Para su sorpresa encontró tres microondas, tal vez porque solo uno funcionaba, sin embargo Ricitos de Oro no examinó el aparato por lo que nunca lo supo. En vez de examinar ese aparato, la pequeña osa revisó una caja metálica grande de la que emanaba frío y también ese delicioso olor a comida. Ricitos de Oro intentó comer, pero no pudo ya que su pata no lograba abrir la caja de adentro del aparato en donde estaba la comida. La pequeña osa volvió a perder el interés y se dirigió hacia los tres dormitorios, los cuales contenían tres camas de diferentes tamaños. Ricitos de Oro optó por la más grande sin embargo no pudo descansar allí porque estaba acostumbrada a ver las estrellas y oír los sonidos de la naturaleza para poder dormir. Por lo que pronto perdió el interés y salió de la aburrida casa. Por último se encontró con dos carros, al parecer los dueños de la cueva ya habían regresado por que la pequeña osita no había visto aquellas rocas de colores intensos al entrar. Ricitos sabía que estos grandes aparatos los transportaban, pero ella no entendía por qué eran necesarias cuando ella disfrutaba tanto de sus expediciones por el bosque. Por lo que tras observar el automóvil y su estructura por varios minutos, perdió el interés e intentó marcharse, pero era muy tarde ya que los tres humanos ya habían llegado a la casa y el más grande de ellos había lastimado a la pequeña osita con una bala. Ricitos de Oro no entendía por qué la atacaban si ella no los había lastimado, tal vez intentaban preservar lo que su extraña cueva contenía pero para Ricitos de Oro esa razón era inexplicable porque llegó a la conclusión de que la humanidad y sus aparatos no tenían encanto. Perdió también el interés en la especie que habitaba la cueva ya que cayó en cuenta que los humanos escapaban de la naturaleza intentando protegerse, sin embargo la naturaleza no podía protegerse de ellos. Esa especie tan extraña había olvidado de dónde provenían. La naturaleza no era su hogar, a pesar de que ellos vivieran en el medio del bosque. El consumismo los había consumido y todos los aparatos que su casa contenía ocupaban sus mentes. En un intento por progresar, olvidaron los deleites de la naturaleza y ahora encontraban que las especies con las que una vez compartieron hogar, son una amenaza. O por lo menos eso es lo que les decía la propaganda y esos extraños aparatos que ocupaban el espacio de su extraña cueva, que para Ricitos de Oro ya no era tan extraña. Para la pequeña osa los humanos ya no le agradaban  no porque se hayan dejado corromper por el poder del progreso, sino porque se habían olvidado de dónde provenían y que la naturaleza debía ser su hogar. Principalmente le desagradaban porque lo que poseían terminó poseyéndolos.

Los padres de Ricitos de Oro esperaron a su pequeña hija, pero sabían que ella nunca regresaría. Los humanos arrasaban con todo lo que se les ponía en frente.

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